Por Marcelo Moriconi
Editor de NV
Editor de NV
Un día se apagó la risa, la charla amigable,
quizás se fue en la bicicleta en que estábamos acostumbrados verlo. El “Chifle”
dejó las calles de Villa Elvira para irse sin despedirse.
Aquel extrovertido cartero, amado por los
vecinos, dejó de regalar sonrisas y palabras amigables para dejarnos un gran
vacío. Se jubiló. Agarró otro laburo. Lo echaron. El inmenso vecindario no supo
más nada de Rubén Dominguez, el loco lindo del Correo Argentino.
A mis 20 años se me acercó aquel muchacho
para darme el pésame por la repentina partida de mi viejo. Seguro que antes
tuve breves contactos con “chifle”, en alguna atención, una llamada de “carterooo”,
pero no lo recordaba tan próximo. Juro que me sorprendió. Cómo el tipo que
entregaba las cartas y los impuestos iba a saber de nosotros.
Lo que pasa que sabía de todos. De todas las
personas de su amada Villa Elvira. Les voy a confesar: yo también lo tenía
olvidado. Hasta hace algunos días Alejandro, un vecino como tantos, me acercó
una foto media oscura con un flashazo en el centro que me hizo tardarme unos segundos
para darme cuenta de quién se trataba.
Sí, yo lo
conozco, le respondí. Claro, lo tenía, lo recordaba, sabía que lo había tratado,
pero me costó poner esa cara en contexto. Era el cartero. Claro, ya no pasa
más, cuánto hace. Y ahí tuve que hacer el esfuerzo para retocar fragmentos de
mi vida y empezar a indagar en la vida de Rubén con las distancias que impone
la cuarentena y la imposibilidad de entrevistar a familiares, compañeros y
amigos.
Así que se
complicó un tanto la búsqueda para poder descifrar al tipo que dije conocer y
que hace 28 años demostró saber más él de mí que yo de él. Me enteré que vivió
en 73 entre 126 y 127, que era de Berisso, pero su amor por Villa Elvira no
tenía ciudades que puedan competirla.
El petizo del
pelo enrulado, medio chueco que acostumbra a charlar con todos los vecinos y
vecinas, tuvo fama de buen jugador, su paso por Villa Montoro dicen que fue
incomparable, pero su amor por la pelota no se detenía en que sea un partido
oficial. Cuentan que hasta cuando repartía cartas se prendía en algún
entrevero.
Lo que más le
gustaba al “Chifle” eran los terceros tiempos para compartir largas charlas con
los amigos matizadas por una cerveza o los recordados asados del Correo junto a
sus compañeros degustando un tinto y demostrando sus habilidades al truco.
Papá de 4
hijos, dos son mellizas. Me contaron que cuando se casó o cuando nacieron
las mellis, muchos vecinos de donde tenía sus recorridos hicieron la “vaquita”
para llenarlo de regalos. Pero cómo un simple cartero iba a tener el
acompañamiento de tantos vecinos que lo querían de manera incondicional me
pregunté una y mil veces. De la gente con la que hablé y la descripción que me
hicieron lograron etiquetarlo en dos palabras: Solidario y de confianza.
Claro, su
recorrido según calles más o calles menos iba de 72 a 96 de 13 a 122, y él se
sabía el color de cada casa, el nombre de cada vecino, y si lo apurabas hasta
el día del cumpleaños, fueron coincidentes los entrevistados. Hacía los
mandados a la gente mayor, le tramitaba cualquier inconveniente, siempre con
resoluciones a cualquier vecino, y hasta me dijeron que se mandaba a visitar a
algún frentista internado.
Trabajaba de mañana, pero no era de extrañar verlo
repartir las cartas por la tarde porque temprano se había atrasado ayudando a
algún vecino. Seguramente que errores habrá tenido durante su vida, pero creo
que sus virtudes lo ponen en un lugar querible para la familia de Villa Elvira.
Estaba en la calle. Lo golpearon. Lo robaron. Lo insultaron
y lo maltrataron. Algún que otro magullón se pegó con cada porrazo arriba de la
bicicleta. Pero nunca lo ibas a encontrar de mal humor. Y mucho menos lejos de Villa Elvira, la amaba, hasta se negó a varios traslados a otras localidades.
El día que se enfermaba y no hacía el recorrido los suplentes se volvían locos para encontrar las casas, las calles y los números. Rubén se los sabía de memoria. Ojo, quizás algunas veces el faltazo se debió a una demora en el regreso de alguna cancha visitante en su pasión por seguir al Pincha.
El día que se enfermaba y no hacía el recorrido los suplentes se volvían locos para encontrar las casas, las calles y los números. Rubén se los sabía de memoria. Ojo, quizás algunas veces el faltazo se debió a una demora en el regreso de alguna cancha visitante en su pasión por seguir al Pincha.
Un día el tipo de confianza, el solidario, el que
sabía de todos dejó de pasar, muy pocos supieron el destino que había tomado su
vida. Pocos se enteraron que había pasado con Rubén “El chifle” Dominguez, lo
poco que se supo es que se fue de gira, hace dos años, cuatro, quizás seis, que
tanto nos conocía y que tan poco sabíamos de él.