Hoy por hoy el colapso que vive nuestro país tiene sus cepas
en una sociedad que nunca se soñó como un pueblo soberano, sumando a esto la
blandura del legado que cada gobierno fue dejando en el tema educativo, aparte
de la apatía colectiva que todos los actores muestran incumpliendo acuerdos
políticos y sociales. Una Argentina que no tiene un plan en ninguno de los
temas centrales. Llámese educación, prevención, capacitación y trabajo. Donde
cada candidato que llega al poder con un lanzallamas borra toda política
pública anterior, como una resistencia constante a no querer un país con
identidad y proyectos.
Entonces, la crisis
que atravesamos actualmente como pueblo es orgánica, es indivisible.
Consecuentemente debemos coincidir en que tanto la pobreza como la desocupación
afectan la educación. Estos factores unidos a muchas otras causas provocan incertidumbre ciudadana, las
violaciones a la ley por parte de su sociedad, la violencia, la intolerancia
están a la orden del día, y por consiguiente, las escuelas no están por fuera
de este proceso. Todos estos son síntomas de un profundo desorden en la
sociedad.
Hay que rumiar la
idea de que todos somos actores en una
sociedad y que si codiciamos un cambio en la educación no se puede dejar afuera
a las familias, a la comunidad, a los clubes y a la política.
No podemos pensar
que la escuela pública se arma como un puzzle, y que cada cuatro años perdemos
una pieza del rompecabezas porque siempre las estamos moviendo con el nuevo
gobernante. La educación debe ser un proyecto serio que nos incluya a todos. Ya
que todos somos el Estado. Y no podemos esperar todo de él. Pues cuanto más
esperamos del Estado y sentimos que nuestra existencia depende de esa
superioridad, más nos apartamos de una política de lo común, de lo que sucede
en el barrio.
Debemos ser
conscientes de la necesidad de restituirle a la escuela su función pedagógica y
que abandone la función asistencial. La escuela es promoción. No asistencia.
Para lo cual es condición que los chicos y chicas puedan participar de una mesa
familiar donde la comida sea sustentada por el salario regular del empleo de
sus madres y padres. Quienes aún creemos en la responsabilidad adulta de
educar, defendemos medidas de tipo preventivo-pedagógico, tales como programas
de capacitación docentes, estrategias frente al fracaso escolar, desarrollo
comunitario, inclusión, presentismo, etc.
La educación para el trabajo, es la salida, y
tiene importancia capital porque dignifica, honra. Vincula a los niños, niñas y
jóvenes con la posibilidad de generar lo nuevo, de evolucionar, de cambiar la
situación presente.
Para culminar es
necesario un plan educativo serio con bases generales para la formación física,
moral e intelectual del pueblo sobre la plataforma de los principios fundamentales
de la doctrina nacional. Que tenga como finalidad suprema la participación del
pueblo y la grandeza de la nación mediante la justicia social, la independencia
económica y la soberanía política, armonizando los valores espirituales y los
derechos del individuo con los derechos de la sociedad.
Y este objetivo
solo tendrá lugar si se vinculan docencia –programas de estudios- función de la
escuela- legislación- capacitación- participación comunitaria – políticas
educativas claras y zonales. Que sean un verdadero proyecto a largo plazo y
sostenido más allá de quien gobierne y con todos los actores adentro.
La educación es un
derecho que debemos garantizar los adultos buscando un educación emancipadora,
capaz de innovar la realidad desde la reflexión, el dialogo y el pensamiento
crítico, y desde la capacidad de investigar, debatir, discernir, imaginar,
jugar y accionar por otro país posible basado, como ya dijimos, en un proyecto
a largo plazo.