Pablo Pastor es el DT de las jugadoras de Estudiantes de La Plata que salieron campeonas y la AFA no les llevó la Copa. Festejaron con un bidón y fueron tapa de los medios nacionales. El responsable técnico tuvo su pasado en Villa Elvira
En la figura de Pablo Pastor, entrenador
del femenino de Estudiantes de La Plata que ganó un premio especial (la Copa de
Plata, mini competencia donde se topaban los que finalizaron entre los puestos
7 y 12 de la tabla general), hay historia Pincha de pura cepa, íntimamente
ligada al vestuario de una época del doctor Bilardo cuando éste logró su primer
título con el traje gris de DT allá por 1982. El domingo pasado, en el Bajo
Belgrano, Pablo supo de esa alegría del éxito, por primera vez desde que lleva
este “oficio” a menudo muy ingrato.
Su abuelo fue Oscar Pastor, masajista del
club, del que hizo un oficio hasta ganarse el respeto de distintas comisiones
directivas y cuerpos técnicos de la Primera. Y pensar que a Oscar le tocó
trabajar cuando había perdido una parte de un dedo cuando trabajaba en el
frigorífico Swift de Berisso. “Por más que tenía un dedo mocho, los hacía
saltar de la camilla a los jugadores, por ejemplo a Craviotto, con quien
teníamos una muy buena relación. También Sabella lo quería much... con
Alejandro nunca tuve la posibilidad de hablar, ojalá algún día”, dice el
técnico que cumplirá 34 años en octubre próximo y que en enero reemplazó a
Betina Stagnares en la conducción de las chicas.
“Recién llego a la disciplina. Esta copa
fue algo que se fue gestando con Betina”, reconoció Pablo, al que le cuesta
dejar el nervio típico del hincha. “Iba a la ochaba del ombú, con mi abuelo o a
veces con mi papá, Daniel Pastor, que incluso fue delantero de Estudiantes hasta la Cuarta”, amplió el DT.
Su época como jugador se cerró en 2009,
cuando tomó la decisión de colgar botine en un grupo de libres de Soto y Presa.
Dejó grandes amistades en AMEBS, club de Ringuelet al que iba en bicicleta
desde su casa paterna de Villa Elvira.
Claro que la época de jugador tenía ventaja
toda vez que algo le dolía: tenía de su lado al masajista del
Narigón
Bilardo: “mi abuelo tenía la máquina ultrasonido, lámpara roja, cremas,
iba a su casa y las recuperaciones me las hacía él”.
Por si hacía falta
más mística, a Pablo lo seleccionó el Beto Avalos, para jugar en una Novena.