En su visita al barrio del sudeste platense conmovido por el suicidio de varios adolescentes, el arzobispo platense Héctor Aguer llamó a “vivir una fe profunda, que fundamente nuestra esperanza y alimente nuestra caridad”.
Durante una misa que presidió en el Oratorio Don Bosco, de 89 entre 12 y 13, por los jóvenes que se quitaron la vida en esa zona en que se tocan las localidades de Villa Elvira,Altos de San Lorenzo y el barrio Monasterio, el prelado sostuvo que “en el barrio debe reinar el Señor de la Paz. Acá quien tiene que reinar es Dios. Debemos tener el valor del perdón, confiar en la misericordia de Dios, y ser el pueblo de la vida”.
Concluido el oficio religioso, Aguer se dirigió junto con las Hermanas Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará (Familia del Verbo Encarnado), quienes atienden el oratorio, a la esquina de 13 y 89. Allí, hace un año, se erigió la ermita en honor de Gustavo, el primero de los jóvenes suicidas; allí solían reunirse los tres amigos que luego tomaron la misma decisión.
Ante familiares de los fallecidos, vecinos y niños que concurren a catequesis y apoyo escolar en el convento aledaño, el arzobispo local rezó frente a una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y luego se abrazó con los deudos en una escena de alto voltaje emotivo.
La madre Harissa, provinciala e integrante de la comunidad del oratorio Don Bosco, recordó que “el domingo 23 de agosto de 2015, mientras estábamos en misa, escuchamos el grito desgarrador de una madre, frente a su hijo ahorcado; ese joven de 19 años, Gustavo, en su infancia venía al apoyo escolar de nuestro convento todas las semanas; pero en su adolescencia cayó en la droga, y comenzó a juntarse regularmente con otros muchachos en la esquina de 13 y 89”.
“Al tiempo, sus amigos le hicieron una ermita, y se empezaron a juntar allí casi todas las noches” indicó la religiosa: “al cabo de un mes, escuchamos que uno de los jóvenes de ese grupo se había suicidado; y así, sucesivamente, hasta principios de este 2016, nos enteramos de que hubo varios intentos de suicidio y cinco muertes”.
Harissa advirtió que “nos llegó la versión de que los jóvenes habían realizado una especie de ‘pacto’, relacionado con la macumba, y que había una ‘lista’; empezamos a juntar firmas para desmontar la ermita y colocar una imagen del Sagrado Corazón. Pronto corrió la noticia de que vendría el obispo, y con la bendición el sitio dejaría de ser peligroso; quienes estaban en la ‘lista’ confiaron en nosotras y esperaron el momento. El obispo auxiliar, monseñor Bochatey, realizó la bendición y el exorcismo, y desde ese día, todos dejaron de tenerle miedo a ese lugar”.